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Revista Replicante

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miércoles, 14 de diciembre de 2011

Nota sobre La silla del águila

El asunto de la imposibilidad civilizatoria nacional (eco de la imposibilidad civilizatoria moderna occidental) es retomado con acidez quince años después de Cristóbal Nonato (1987) en La silla del águila (2002). Escrita de manera convencional, al estilo de las novelas epistolares del siglo XIX, accedemos en ella a un estado de cosas donde el subsistema político se ha mimetizado con el sistema social mismo. Todo aquello que conforma la vasta realidad de la nación, es subsumido al trajín de la mecánica perversa del poder político. Ésta integra a la patria a su imagen y semejanza y llega a un punto de saturación en el que su existencia es la existencia misma del país. Un país «cíclicamente devastado por una confabulación de excesos y de carencias: miserias y corrupción, igualmente arraigadas…».[1]

Carlos Fuentes

En La silla del águila, el talante cyberpunkiano es latente en el futurismo catastrófico que envuelve la realidad nacional. Funciona como el atisbo de un futuro desesperanzador a la vista en el horizonte de tormentas de la realidad socio-política mexicana. La nación entera ha sido retrotraída al siglo XIX por una de tantas balandronadas populistas y egocéntricas de los “reyes de México”, los presidentes y su inagotable cantera de dislates:


El Presidente decidió, quizá como regalo de Año Nuevo 2020 a una población ansiosa, más que de buenas noticias, de satisfacciones morales, que pediría en su Mensaje al Congreso el abandono de Colombia por las fuerzas de ocupación norteamericanas y, de pilón, prohibir la exportación de petróleo mexicano a los Estados Unidos, a menos que Washington nos pague el precio demandado por la OPEP. Para colmo, anunciamos estas decisiones en el seno del Consejo de Seguridad de la ONU. La respuesta, ya lo viste, no se hizo esperar. Amanecimos el 2 de enero con nuestro petróleo, nuestro gas, nuestros principios, pero incomunicados del mundo. Los Estados Unidos, alegando una falla del satélite de comunicaciones que amablemente nos conceden, nos han dejado sin fax, sin e-mail, sin red y hasta sin teléfonos. Estamos reducidos al mensaje oral o al género epistolar…[2]

La elección del carteo como fundamento estructural de la novela, resalta el carácter retroactivo de la circunstancia nacional para el inicio del año 2020. La vuelta a las usanzas de épocas pretéritas en un mundo futuro interconstruido por el sistema tecnocientífico de impronta estadounidense, pone de relieve la fragilidad del pretendido progreso mexicano, puesto que sus cimientos son endebles, ajenos y provisionales. La implosión tecnológico-comunicacional nacional opera en la trama como una muestra y un vistazo dentro de la realidad viciada del país, ya que sólo dura unos cuantos meses, siendo al final restituida la normalidad tecnológica al momento en que un nuevo gobierno cede a los requerimientos de Washington.
La ojeada al futuro desolador determinado por el quebranto comunicativo a gran escala, saca a flote la degenerada construcción del sentido social en su totalidad por parte del poder político. En un país exiliado del mundo al haber sido bajado el switch intercomunicacional de conexiones globales, lo que se preserva con inusitada virulencia son los modos, las intenciones y las acciones deleznables de la política á la mexicana.
El intenso carteo entre los más destacados operadores políticos del país, nos sumerge en las cavernas de la hechura de ese universo de cinismo, ambición desmedida y total desprecio por la civilidad, la dignidad humana y los valores abstractos, racionales e iluministas, de la sana convivencia en sociedad, por parte de una pandilla de rufianes exquisitos que desde siempre se han hecho del mando de los designios de México. Tono apocalíptico sin reservas: cuando el mundo ha sido despojado de sus adelantos tecnológicos, lo que emerge es la vuelta al tribalismo, a la lógica de la horda y de la selva, a la sobrevivencia del más fuerte, del más salvaje, del que se siente en casa con el regreso de la barbarie.*
*Este fragmento pertenece a mi ensayo "El arco literario crepuscular de Carlos Fuentes". Lo pueden ver aquí mismo en la barra de la derecha o en su edición original en Replicante: http://revistareplicante.com/literatura/ensayo/la-sobrevivencia-literaria/



[1] Cfr., Fuentes, Carlos, La silla del águila, México, Alfaguara, 2002, p. 360.
[2] Ídem, p. 26, capítulo 2, (carta de) “Xavier Zaragoza “Séneca” a María del Romero Galván”.


Visiones sobre la mutación del capitalismo tardío


En su novela ciberpunk de 1987, Cuando falla la gravedad, el finado escritor estadounidense George Alec Effiger plasmó un mundo postmoderno subvertido. En éste, el sistema social ha implotado y presenta una configuración paradójica: mientras los vectores tecnológicos han seguido su curso hacia adelante, plenos de eficacia y sofisticación, con productos como los dispositivos intracraneales para la modificación de la personalidad  (artilugio imaginario que, por cierto, James Cameron retomó sin dar crédito en su guión del ‘95 para Strange Days de Kathryn Bigelow), el orden socio-político ha retrotraído a la época medieval, con un centro de poder voluntarioso, de corte feudal, en el que un mandamás despótico –Friedlander Bay, conocido como “Papa”− dispensa un orden con fundamento criminal a un variopinto conjunto de habitantes que, por lo demás, coexisten de manera desinhibida en un enclave literalmente amurallado: “El Budayén era un lugar peligroso y todo el mundo lo sabía. Por eso, una muralla rodeaba tres de sus lados. A los viajeros se les advertía que no se acercasen al Budayén…”.  
Fuera de esas murallas, existe un mundo tribal desenfrenado, donde habitan seres alienados, deshumanizados y bajo el caos de la supervivencia extrema, dispersos en un vasto territorio desértico, real y moral. De manera que la seguridad proporcionada por el barón criminal de la ciudad, con fundamento en una lógica mafiosa, salpicada con cháchara religiosa postislámica, es lo mejor que los habitantes pueden tener para lograr un mínimo de convivencia normalizada. El jefe criminal y su estructura de poder hacen las veces del Estado.
Paisaje cyberpunk

No es descabellado pensar, entonces, que una de las rutas posibles del periodo postcivilatrio que ha comenzado ya a gestarse en el actual sistema-mundo capitalista, desemboque justo en eso: en un orden social postestatal, neofeudal y tecnologizado. Las dinámicas sociales contemporáneas, de corte criminal, en diversas regiones del Tercer Mundo, hablan de ello. De la mímesis de gobierno y mafia en Kosovo y Afganistán a la erección de enclaves fortificados, plenos de armamento y tecnología de punta, con fuerte arraigo social y protección gubernamental garantizada, como en su momento lo hizo Pablo Escobar en Medellín, Colombia, y en la actualidad lo hace Joaquín Guzmán en el "Triángulo dorado", al norte de México. Como dice Immanuel Wallerstein, en este tipo de Estados (o Estados-fallidos, para utilizar la cruda descripción que usa la política exterior estadounidense):

Los políticos y los burócratas de estados débiles (e incluso de los fuertes), que se están debilitando aún más y están perdiendo su legitimación popular (y por lo tanto cierto control popular), han tendido en muchos casos a fusionar sus intereses con los de las mafias externas al Estado. En algunos casos quizá no valga la pena tratar de distinguir entre los dos grupos.[1]-[2]

Esto ha sido un proceso sostenido y acelerado que ha coincidido con una dinámica de ajustes civilizatorios mayores. En la medida que el mundo opera como un sistema, la interconexión de sus nodos vitales está determinada por las cualidades de estos en su relación recíproca: “Un sistema histórico debe representar una red integrada de procesos económicos, políticos y culturales cuya totalidad mantiene unido al sistema. Por consiguiente, si cambian los parámetros de cualquier proceso particular, los otros procesos de alguna manera deben adaptarse”.[3] Uno de los ajustes que se han verificado de manera rotunda, junto con el descentramiento de la lectura en favor de los mass media y la interconexión tecnologizada mundial, es el de la lógica del capitalismo en sí mismo.
Debido a que la nuestra es una civilización con fundamento en una economía-mundo universal, el sistema social debe sus mayores rendimientos materiales a lo que en ella sucede. Contrario a lo que pudiera pensarse, la evolución de la dinámica capitalista no ha ocurrido de manera recalcitrante en las esferas productivas de vanguardia tecnológica, administrativa y financiera; sin duda estas han sido cardinales en la expansión del capitalismo mundial y le han dado un rostro inédito al que tenía hace incluso una generación, pero la mutación más dramática de dicho modo de producción ha provenido del submundo del crimen organizado globalizado.
Su lógica es la misma que la del sistema de producción capitalista, puesto que es un engendro del mismo, sólo que llevado al extremo. En el capitalismo de corte criminal, existe una especie de literalización de la metafórica de la administración de empresas. “Limpiar mercados”, “eliminar la competencia”, “conducirse con ferocidad”, “reducir a cenizas el negocio ajeno”, etcétera, son llevadas a la realidad en aras de conseguir la máxima cantidad de plusvalor posible. El crimen organizado realiza puntualmente lo que, sotto voce, quisieran hacer numerosas empresas capitalistas a lo largo y ancho del mundo: eluden las barreras fiscales impositivas, quiebran la autoridad de los Estados y regulan de manera casuística el trabajo de sus empleados. Realizan todo lo que sea necesario para obtener el mayor volumen de utilidades y defolian sin miramientos los arbustos competitivos que obstruyen la alta jerarquía de sus productos. No gastan un centavo en publicidad y aun así mantienen una inmensa comunidad de consumidores por vía de la adictividad de sus mercancías. 
Cargamento de mariguana

Como en el tardo medievo la creencia religiosa llegó al extremo con las persecuciones despiadadas de la Santa Inquisición, difuminando para siempre la programática caritativa del cristianismo arcaico, de la misma manera el capitalismo corsario está llevando a confines insospechados a la economía de mercado tal y como la hemos conocido en los últimos 500 años. De esta manera lo han comprendido algunos de los portavoces y los analistas de la administración de empresas, piedra de toque de la estructura funcional de las empresas capitalistas. Así, por ejemplo, Marc Goodman en el ensayo “What Business Can Learn from Organized Crime” (publicado en Harvard Business Review, noviembre del 2011, pp., 27-30), establece que hay una serie de elementos que se pueden importar del modus operandi de las mafias internacionales a los negocios legales; entre estos:

Criminal organizations pay well, both to compensate for the legal risks involved and because their high profit margins allow them to. But they realize that team members usually aren’t in it just for the money. Most enjoy the thrill of breaking the law. Many, particularly hackers, are also motivated by the challenges of sophisticated security systems and the bragging rights they gain when they foil them. Although criminal organizations still employ a fair share of thugs, they’re increasingly attracting highly educated people who seek autonomy and intellectual stimulation—not unlike the people who are drawn to the risky, demanding work environment of a start-up.

Independientemente de lo acertado de su análisis (personalmente, me parece que lo es, si bien se centra casi exclusivamente en las actividades criminales finales, es decir, en el nivel de la logística y la inventiva para romper la ley), la importancia del ensayo radica en que desde la esfera del análisis académico de la dinámica del capitalismo, se ha comenzado a dar cierta legitimación al modo de ejercer negocios desde la lógica extrema de la mafia. Pareciera que ha comenzado a ser atractivo el empuje desregulado y salvaje hacia adelante que dicha esfera de acción ha dado a la economía-mundo al uso. A pesar de que el autor intenta mantener una clara distancia con relación a su objeto de estudio, no deja de haber en él la aceptación de un halo de seducción inevitable:

Comparing the practices of criminal and terrorist organizations with those of corporations is by definition an imperfect exercise. Despite their sophistication and managerial prowess, crime groups are unconcerned with the human and social costs of their acts; they will remain ruthless no matter how many computer scientists they employ. But it’s also true that as organized crime has come to rely more on technology for competitive advantage, its craft has developed a greater resemblance to the activities of law-abiding businesses. In some cases, criminal enterprises are now the ones pushing the frontiers of knowledge and innovation. Given the high profitability of global cybercrime networks and the limited threat they face from legal authorities, legitimate businesses will undoubtedly become targets more frequently. Managers need to pay close attention to the tactics being used against them—and perhaps even learn to profit from some of the global gangsters’ insights.

El aserto “En ciertos casos, las empresas criminales son ahora las que empujan las fronteras del conocimiento y la innovación” es revelador. La impronta del desarrollo del capitalismo de desenfreno parece que marca la ruta para que el sistema encuentre vías de salida a sus constantes crisis y explorar, así, maneras de incrementar su productividad sin cortapisas. El analista destaca la falta de compromiso social de las empresas criminales, pero es justo eso lo que marca un límite mínimo a la acumulación desmedida de capital por medio de la reintegración de un determinado porcentaje para la retribución social, principalmente en la forma de pago de impuestos y prestaciones a los trabajadores. Pero nada obsta para que estos logros sean revocables y se vuelva a un estado de cosas en el que sean inexistentes; después de todo, otros modos de producción históricos florecieron sin ellos y el propio capitalismo, tanto en su fase inicial europea como en su fase actual tercermundista, ha vivido con ellos en su mínima expresión. Una retrotracción en este sentido no sería imposible y sí, en cambio, puede vislumbrarse, como en la ciencia-ficción umbrosa de Alec Effinger, una regresión sui generis que mezclara elementos medievales con high tech postmodernista.
En este estado de cosas, en el que se ha ralentizado el papel del Estado, de por sí mermado desde hace medio siglo por la globalización absoluta del sistema económico, éste se halla ante fuertes presiones que en los casos más problemáticos tenderán a su final implosión. “El futuro del estado-nación no es, ni mucho menos, seguro. Si los Estados Unidos y otros gobiernos se muestran cada vez menos dispuestos (o incapaces) a continuar cumpliendo los principios del compromiso del estado de bienestar entre capitalistas y trabajadores, ¿cómo reaccionará ‘el pueblo’?”[4] Si esta pregunta es apremiante en el Primer Mundo, por lo que respecta al Tercer Mundo, todo indica que en él se viven grandes experimentos sociales en materia de órdenes de interacción claramente distanciados de los presupuestos liberales, democráticos y republicanos que marcaron la modernidad.[5]
Ello, por supuesto, no ocurre de manera aislada, sino que es parte del sistema interestatal de relaciones de producción. Las presiones de la nueva manera de hacer empresas, de corte ilegal, son tan grandes para la mayoría de los Estados, en el nivel internacional, que la estrategia principal de las naciones con mayores recursos e influencia global consta de tres partes fundamentales: 1) absorber los inmensos capitales de las actividades ilícitas dentro de un sistema financiero fuerte, que los pueda reciclar en beneficio propio; 2) desplazar los hechos de sangre, como son las luchas por rutas, territorios e insumos logísticos, del centro a la periferia del sistema, y 3) realizar una agresiva política de intervención operativa en las naciones débiles para conformar una frontera de facto a la penetración de la desinhibición conductual de las grandes mafias (manteniendo abierta la compuerta para sus productos y sus ganancias). En este sentido puede leerse el puntual aserto de algunos ex agentes de la DEA, citados por el New York Times en su edición del 4 de diciembre del presente año (en el artículo “U.S. Drug Agents Launder Profits of Mexican Cartels” de  Ginger Thompson):

The officials said that while the D.E.A. conducted such operations in other countries, it began doing so in Mexico only in the past few years. The high-risk activities raise delicate questions about the agency's effectiveness in bringing down drug kingpins, underscore diplomatic concerns about Mexican sovereignty, and blur the line between surveillance and facilitating crime. As it launders drug money, the agency often allows cartels to continue their operations over months or even years before making seizures or arrests.

La descripción de los saldos del trabajo de la DEA en países tercermundistas, México como ejemplo central, pone de manifiesto la disonancia actual de las nociones que ordenaron estructuras estatales ya concluidas. La cuestión de la soberanía es sobrepasada por un mundo interconectado, con fronteras porosas e inmensos desplazamientos poblacionales, materiales e ideológicos de la periferia al centro del sistema.[6] La ayuda logística a las operaciones de la mafia, con fines pretendidamente estratégicos, pero con rendimientos  pragmáticos tangibles, revela la fuerza de atracción que el capitalismo de desinhibición produce en la economía-mundo tradicional. El “apoyo al crimen” debe ser visto como los primeros lazos oficiales que una economía al mismo tiempo poderosa y endeudada como la estadounidense ha realizado para una posterior mimetización entre una economía de especulación financiera y una economía de producción corsaria. Una vez más, se vislumbra ahí el paso siguiente de la dinámica capitalista en el tiempo por venir.
Las modificaciones estructurales de los sistemas complejos son siempre ambiguas. Pueden tener un núcleo de variables cognoscible que asegura un cierto nivel de predictibilidad, pero al mismo tiempo engloban también un conjunto considerable de factores que resultan invisibles para el análisis en un tiempo determinado. De acuerdo con el estado de cosas actual, un mundo sombrío como el que han relatado de diversas maneras los géneros apocalípticos de la ciencia-ficción parece ser una posibilidad real. Después de todo, la historia enseña que las épocas de esplendor civilizatorio relativo han tenido que encadenarse con períodos de decadencia, oscuros y problemáticos. Cosa que no obsta para que otras posibilidades, de luminoso renacimiento social, puedan verificarse, si bien con menor probabilidad, en el futuro inminente. La gran cuestión que queda abierta, núcleo de un debate perenne en la filosofía política y en las ciencias sociales, es: hasta qué punto el sistema social sigue dinámicas impersonales ciegas que rebasan a los individuos y hasta qué punto existe un espacio voluntarioso para cambiar reflexivamente su devenir inexorable.*
*Este texto se publica en paralelo con Replicante:  http://revistareplicante.com/politica-y-sociedad/visiones-sobre-la-mutacion-del-capitalismo-tardio/



[1] Véase, Immanuel Wallerstein, Utopística o las opciones históricas del siglo XXI, México, Siglo XXI Editores-UNAM-CIICH, 2003, pp., 49-50.
[2] Dentro de los múltiples ejemplos que existen al respecto, uno particularmente revelador puede verse en el reportaje “Una mafia estatalmente amparada” de Patricia Dávila, en Proceso nº 1830, 27 de noviembre del 2011, pp., 36-38, donde se narra cómo un grupo de secuestradores duranguenses son miembros activos de diferentes dependencias del gobierno de dicho estado y, seguros de su impunidad, se identificaron con nombre y apellidos.
[3] Véase, Immanuel Wallerstein, Impensar las ciencias sociales, México, Siglo XXI Editores-UNAM-CIICH, 1998, p. 250.
[4] Véase, Susan Buck-Morss, Mundo soñado y catástrofe, Madrid, Antonio Machado Libros, 2004, p., 53.
[5] Todo parece indicar que la modificación de la dinámica social que ha ocurrido desde hace una generación en Ciudad Juárez es un caso índice de esto. La parte más visible ha sido, por supuesto, la que se halla vinculada con el narcotráfico, pero existe ya un proceso generalizado de subversión de los diques humanistas modernos con eje central en la persona humana que han encaminado al tejido social juarense hacia un plexo de interacción cuyo fundamento es la violencia, el valor del dinero por sobre la vida y la desinhibición de los impulsos primarios. Al respecto, véanse los relatos de investigación social periodística Huesos en el desierto de Sergio González Rodríguez (México, Anagrama, 2002) y Ciudad del Crimen de Charles Bowden (México, Grijalbo, 2010).
[6] Entre estos intercambios permanentes, uno muy importantes es el de los estilos de vida. Si durante mucho tiempo el modo de vida aburguesado de las sociedades ricas permeó con fuerza en el resto del mundo, como guía e ideal, en la actualidad ha habido una creciente penetración de los modos de vida con base criminal que han florecido de manera exuberante en el Tercer Mundo. El caso mexicano y la relación que guarda con Estados Unidos es sintomático. Una de las cosas que poco se ha dicho en el nivel analítico y que sistemáticamente se elude en el nivel oficial, es que la socio-economía del narcotráfico y actividades criminales afines cubre espacios sociales cada vez más amplios en México. Existen cientos de miles de personas vinculadas de diversas maneras a la fuerza de trabajo del crimen organizado, conformando una sólida red social de apoyo a éste. Un ejemplo preclaro de esto salió a la luz con la matanza de 26 personas en la ciudad de Guadalajara, Jalisco, el 24 de noviembre del 2011. En las primeras investigaciones no quedaba claro cuál era el vínculo de los fallecidos con el narcotráfico; muchos alzaron la voz diciendo que habían sido “levantadas” y asesinadas personas “inocentes” (se puede ver un detallado recuento de esto en el artículo “Jóvenes y pobres, los 26 muertos de Guadalajara” de Felipe Cobián y Alberto Osorio en Proceso nº 1831 del 4 de diciembre del 2011, pp., 22-24). Esto no se descarta necesariamente, y nadie en su sano juicio eliminaría la posibilidad de que en el frenesí anti social de la mafia, puedan darse asesinatos sin motivo, pero la historia de la economía corsaria muestra la tendencia contraria: en ella, el asesinato tiene causas y dividendos pragmáticos. Así que, independientemente del devenir del caso, lo que pocos quisieron ver y pocos se atrevieron a especular, es lo opuesto: que existe un creciente número de personas comunes que de diversas maneras trabajan para la desmedida industria del crimen en México. No necesitan ser matones, ex presidiarios o mercenarios. Basta con vigilar la colonia, dar recados, guardar bultos comprometedores, etcétera, a cambio de una determinada paga que casi nunca es cuantiosa, pero que saca a flote a un espectro de la sociedad que se encuentra en el lindero de la pobreza extrema.

lunes, 12 de diciembre de 2011

La Virgen de Guadalupe y el arquetipo de la madre



La víspera del día de la Virgen de Guadalupe, cientos de miles de fieles llegan a la Basílica de la Villa en el norte de la Ciudad de México. En el transcurso de las horas subsecuentes, las masas aglutinadas en torno al recinto religioso, concebido por el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez en clave modernista, suman millones, saturando la sede de adoración, la explanada en torno suyo, las calles y avenidas aledañas y buena parte de la ciudad al fin. Provenientes de todos los estados de la República, del resto de Latinoamérica, de Estados Unidos, incluso de Europa, los peregrinos muestran un fervor peculiar, profundo, convencido, que en no pocas ocasiones se vuelve exagerado e insensato. Los sangrantes, los arrodillados andantes, los abstraídos en sus plegarias, los extáticos en rituales con fuertes componentes sincréticos, los concentrados en pedir milagros, los llorosos de alegría convencidos de que su milagro ya les ha sido concedido, los que prometen algo en señal de agradecimiento, los pragmáticos que prefieren el “toma  y daca”: “concédeme esto y yo hago aquello”.
Multitudes olorosas colmando la iglesia, confundiendo sus cuerpos, los humores personales, de días de acampada, horas de autobús, en bicicleta o a pie desde pueblos lejanos, mezclándose con los olores de alimentos en la inmensa explanada: tamales, panecillos de leche, “gorditas de nata” les llaman, granos de elote hervidos y sazonados, tortas, tacos de canasta, atole, gaseosas y aguas frescas, pulque y mezcal furtivos. Entre todo esto, las manifestaciones arcaicas de la ritualidad pagana fundiéndose con la dogmática católica: los danzantes con atavíos de tipo prehispánico, los chamanes que imploran en lenguas vernáculas con túnicas y penachos, esparciendo incienso y barriendo el suelo con alijos de yerbas. El festín del sincretismo hispano-indígena que explota festivo el día de Guadalupe.
Todos los asistentes están atados a la imagen. Un remolino iconofílico alrededor de la estampa guía, la centenaria y milagrosa, de la que dice la tradición oficial católica que sus colores flotan sobre el ayate (la pretendida manta de agave sobre la que la mano milagrosa de la madona hizo su sentido autorretrato), que se ha preservado intacta durante más de tres siglos, y que sus ojos reflejan una escena oblicua y en profundidad, tal como lo hacen los ojos humanos: milagro científicamente comprobado, por más que esto sea un oxímoron descomunal.

Lo cierto es que lo que es históricamente más preciso es que fue pintada por un indígena de la primera mitad del siglo XVI, conocido como Marcos, que reproducía motivos virginales que rondaban la iconografía de la época; su trabajo artesanal formó parte de una serie figurativa que tuvo adaptaciones diversas, las cuales al mismo tiempo compartían motivos recurrentes de aquellos tiempos: las manos en oración, el gesto amable, la túnica de estrellas, la corona original (la investigadora polaca Malgorzata Oleszkiewicz detalla esto en su obra The Black Maddona); en este sentido, la imagen de la Virgen de Guadalupe es una versión a la medida de las necesidades estético-fideístas de la Nueva España, que pese a los reparos sobre el sincretismo de la imagen y del lugar de culto, antigua loma de ofrendas a la diosa-madre Coatlicue, hechos por eminencias franciscanas de la época, como Fray Bernardino de Sahagún, las autoridades eclesiásticas virreinales posteriores vieron con astucia la oportunidad de atraer al culto mariano a miles de indígenas atados a sus tradiciones cúlticas de siglos. 


Basílica de Guadalupe de Pedro Ramírez Vázquez.



Como siempre ha ocurrido en la dinámica religiosa católica, la metafísica necesita ser institucionalizada para perdurar, prodigios burocratizados para el consumo de la grey; así, los milagros, para serlo, primero se narran y se fetichizan y luego se lanzan a la consciencia colectiva de la masa de fieles. La reunión directiva eclesiástica de mediados del siglo XVII, postuló entonces que el fin de año de 1531 sería el anclaje pretérito preciso para la erección de la historia sagrada de Nuestra Señora de Guadalupe. La historia se contó entonces por retrotracción: con el eco mortuorio de la conquista resonando rutilante, con la figura central del arzobispo de la Nueva España, Juan de Zumárraga (impulsor de la primera estructura de sistematización del pensamiento europeo en la terra nova americana, por medio de centros de estudio colegiados), aconteció el milagro del Tepeyac por decreto de la élite administradora de cultos de 1647.
Sólo bastó describir una circunstancia creíble (un indio paseando por el monte solitario), estructurarla con la lógica del milagro: lo extraordinario sin explicación plausible, pero rotundo en su materialidad, e incrustar dicho evento prodigioso sobre una fe cebada por siglos de pensamiento mágico. ¿De qué otra manera, si no esta, pudo cohesionar multitudes la iglesia católica al narrar un hecho tan simple y, en el fondo pueril, como un ingenuo autorretrato virginal? En este orden de ideas, el agrio debate al interior del historicismo católico sobre la existencia de Juan Diego, es en verdad baladí: para los fines de la instauración de la leyenda milagrosa, cualquiera pudo haber sido Juan Diego (tal fue el sentido del aserto a la vez realista y cínico del abad Schulenburg: “Juan Diego no es una persona, sino un símbolo”).
Pero al final, estas disquisiciones sobre la confección del precepto de los milagros guadalupanos, quedan en segundo plano ante la dinámica social desatada por el culto a Guadalupe. El evento metafísico o ficticio de la pintura aparecida ex nihilo en una manta indígena de burda hechura, no explica en sí mismo las riadas de personas excitadas, ensimismadas y concentradas en una relación íntima con la Virgen y su fetiche iconográfico. Los miles y miles de peregrinos que arriban a la capital del país para solventar el éxtasis de su euforia devota. Algunos de ellos viajando en condiciones extraordinariamente precarias e, incluso, arriesgando la vida por caminos depauperados en vehículos desvencijados, en bicicletas por autopistas o en largas caminatas de enfermos terminales que buscan no tanto la purificación pre mortis de su alma, sino la sanación efectiva de sus dolencias físicas por medio de la intervención de la señora celestial.

Peregrinos de rodillas












Lo que ahí se desencadena es el arquetipo de la madre. La estructura profunda de la psique humana que afirma la dualidad ancestral, dadora de vida, de cobijo, de mundo: el embrión y su portadora; el útero primigenio, el sollozo del océano interior que se fija para siempre en el subconsciente de todos y cada uno de nosotros, porque en el principio no fue el Dios orfebre, arcillero metafísico (“metaorfebre”, en palabras de Sloterdijk), sino la madre, la contenedora del espacio nutritivo sin el cual, simplemente, ninguna existencia humana es posible. Por eso en el mito del milagro, en la historia canónica de las apariciones marianas al indígena humilde, la parte central de la historia no pasa por las rosas improbables, ni por la pintura prodigiosa, ni por la estupefacción del arzobispo, sino por la rotunda frase matriarcal: “¿No estoy aquí que soy tu madre?”.
En su ensayo fundamental sobre el particular, “El arquetipo de la madre”, Carl Gustav Jung asentó que este arquetipo tiene las siguientes características: “la autoridad mágica de lo femenino, la sabiduría y la altura espiritual que está más allá del entendimiento; lo bondadoso, protector, sustentador, dispensador de crecimiento, fertilidad y alimento; los sitios de la transformación mágica, del renacimiento; el impulso o instinto benéficos; lo secreto, lo oculto, lo sombrío, el abismo, el mundo de los muertos, lo que devora, seduce y envenena, lo que provoca miedo y no permite evasión”. En la medida que los arquetipos, tal y como los planteó de manera prolija el eminente psiquiatra suizo, son pautas de comprensión innatas y generales, que se revisten con motivos, escenas e historias culturales específicas, es posible ver en el culto a la Virgen de Guadalupe, la actualización de dicha pauta profunda de la psique humana en una multiplicidad de manifestaciones sociales.


La imagen con el vidrio antibalas.


Esto ya lo sabían de manera intuitiva las autoridades eclesiásticas coloniales y por ello erigieron el mito del milagro, el templo y el centro de culto en la región del Tepeyac que hasta la fecha continúa vigente: sobre la estela de la actualización india del arquetipo de la madre en Coatlicue, se transfiguro éste en el de la madre María. Desde los tiempos de la Nueva España, entonces, hubo consciencia de que en torno a la adoración a María Guadalupe había laxitud; un espacio simbólico y cognitivo que no podía ser plenamente regulado por la cardinalidad teológica novohispana. La estrategia de atracción de las masas indias al culto a  la virgen, dejó un claro psicosocial que fue cubierto con las creencias autóctonas tradicionales. El culto a Guadalupe nació híbrido y abierto; en ese espacio se instalarían a través del tiempo las más diversas necesidades colectivas de protección maternal y, por tanto, uterina: de la reforma del Estado criollo iniciada en 1810 a la reacción conservadora a la penetración del laicismo en el asalto burgués a la cúpula de la nación, como fue la guerrilla cristera en los años subsecuentes a la revolución mexicana.
Asimismo, la instauración del canon de los milagros guadalupanos se entrelazó con el asentamiento de un quebranto civilizatorio mayor: la disolución definitiva del mundo de la vida prehispánico. Por supuesto, dicha pérdida dio lugar posteriormente a una cultura nueva y paradójica, pero en el ínterin, como toda transición civilizatoria, provocó en las personas entrelazadas en grandes conjuntos poblacionales, la imperiosa necesidad de buscar arropamientos cósmicos ante el desplazamiento incierto de antiguas seguridades. Por ello, el icono de la virgen mexicana tuvo reverberaciones inmensas; por ejemplo, el manto estelar que la recubre, variación de vírgenes marinas tardo renacentistas, evoca un cobijo cóncavo universal, un hiper útero dispuesto a incluir en su seno a todo aquel que elija penetrar en su calidez metafísica. O qué decir de su representación morena cuya contundencia fue más poderosa que su fisonomía de corte europeo, haciendo pensar a los colectivos nacionales que en su mágica aparición había mimetizado su color con el de las mayorías dejadas a la deriva espiritual por el avasallamiento de la conquista; desde entonces fue afirmada como una verdadera advocación mexicana de la madre de Dios.
No es casual, en consecuencia, que más allá de la grey estable de fieles católicos, en los momentos de transiciones socio-históricas mayores, una pléyade de tipologías sociales converjan en torno a estos símbolos de abrigo cósmico. En la actualidad vivimos justamente una de esas transiciones civilizatorias a nivel global, cuyo periodo “puente” se ha llamado de manera consensuada, “postmodernidad”. En éste, ha habido un recrudecimiento del culto guadalupano (no es fortuito que en el 2009 se haya implantado el récord de 6.5 millones de peregrinos a la basílica) con una diversidad de elementos nuevos. En la medida que el arquetipo de la madre abarca lo mismo la madre personal que la tierra; la madre sustituta distante que las catástrofes naturales devastadoras, caben en la adoración guadalupana lo mismo el kitsch mediático de “Las mañanitas” televisivas que su cruda complementación con la figura de la Santa Muerte, entre un creciente conjunto poblacional con fundamento vital delincuencial. Porque la Virgen de Guadalupe no está en los pretendidos milagros que hizo y que supuestamente continúa haciendo, ni en una pintura antigua numerosas veces retocada que pende envuelta en cristal anti balas en la edificación de Ramírez Vázquez, sino en la esencia psíquica de nuestra especie, en la irrefrenable consciencia profunda de que fuimos arrojados del máximo cobijo de los mamíferos, pleno de seguridad y vida, y a él quisiéramos regresar siempre al sentir la inclemencia de la vida a la intemperie.*
*Este ensayo fue originalmente publicado en Milenio Semanal nº 736, del 12 de diciembre del 2011: http://www.msemanal.com/node/5043