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Revista Replicante

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domingo, 7 de octubre de 2012

Los usos de la historia y la consolidación de la democracia


Al inicio de su libro Las incertidumbres del saber, el eminente sociólogo neoyorquino, Immanuel Wallerstein, nos dice que “En realidad, el pasado es lo que, desde el presente, creemos que es”. La aseveración suena polémica desde el principio, no sólo porque la podemos referir a nuestro pasado personal, con todo aquello que nuestra memoria subjetiva ha podido rescatar de él y que tenemos por seguro, sino porque principalmente la ubicamos en contraste con la historia, o con todo lo que ha pasado por histórico en una comunidad determinada. Monumentos, documentos, pinturas, ruinas arquitectónicas, reliquias, fotografías, crónicas y demás; en suma, la totalidad de aquello que compendian los libros historiográficos y que da la certeza de que el pasado es constante, fijo, inmutable y, sobre todo, independiente del presente.
Por ello Wallerstein advierte: “Por supuesto que hay un pasado real, pero siempre lo miramos desde el presente, con la lente que queramos aplicarle. Y, claro está, la consecuencia es que cada uno de nosotros ve un pasado distinto. Vemos pasados distintos como individuos, como miembros de un determinado grupo y como académicos”. Es decir, el pasado es una cantera inagotable de apoyos para el presente. Debido a su característica inabarcable, el pretérito pone a disposición de lo contemporáneo una multiplicidad de acontecimientos, personajes, lugares y acciones a utilizarse según necesidades. O sea, en la medida que todo ocurre en el mundo de manera simultánea, en bloque y una sola vez, el conjunto de acontecimientos realmente existentes es potencialmente infinito y, por lo tanto, incognoscible de manera plena. Hay tantos sucesos como interacciones en cada momento del tiempo. Es aquí donde la historia, el pasado, adquiere su maleabilidad para ajustarse al presente.
Esto ha sido explotado virtuosamente por los narradores modernos, quienes por medio de la imaginación y la potencia retórica han iluminado fantásticamente aquellos paisajes mentales que la historiografía oficial ha excluido de su narrativa por factores diversos de índole social, político y científico. Ejemplos paradigmáticos de estos narradores han sido León Tolstoi con Guerra y paz, y Walter Scott con Waverly, consideradas obras culminantes del género de la novela histórica durante el siglo XIX. Durante el siglo XX destacó en el terreno del best-seller histórico Gary Jennings con obras como El viajero y Azteca, mientras que en el ámbito de las letras latinoamericanas, el insigne literato mexicano Carlos Fuentes, recientemente fallecido, exploró con maestría el camino de la ficcionalización histórica en trabajos como Terra Nostra, El naranjo o los círculos del tiempo y Los años con Laura Díaz, todas ellas obras indispensables en el ámbito de las letras españolas.

Edición original (1993) de El naranjo de Carlos Fuentes.

Pero el manejo de la historia con fines imaginativos, ilustrativos, revisionistas, contestatarios o ideológicos no se limita al ámbito de la literatura histórica de ficción, sino que es asimismo moneda corriente en el terreno político. Así lo subraya el escritor y crítico estadounidense Lewis H. Lapham en un ensayo publicado en la revista Harper’s Magazine del mes de mayo de este año, titulado “Ignorance of Things Past”. Dice ahí que existe una tendencia generalizada entre la clase política a ver en el pasado un tiempo glorioso al que debería regresarse, sea desde el bando conservador, sea desde el bando progresista. Cada uno tiene sus momentos, sus próceres, sus acontecimientos favoritos para afirmar una “edad de oro” pretérita a la que sería necesario volver de una u otra manera. El problema con esto es que, generalmente, se hace a manera de monolito kitsch, sin contexto y sin análisis profundo; simplemente se afirma que la historia es un lugar digno de volver sin más. Esto, por supuesto, es parte de la mitología histórica de todo estado-nación en el mundo.
Junto con la afirmación de un supuesto tiempo pasado mejor, existe una estrategia política en sentido inverso: el señalamiento de los graves errores históricos cometidos con antelación que deben quedar desterrados de raíz. Esto es algo muy común en sociedades que han hecho transiciones de regímenes totalitarios o autoritarios a conformaciones democráticas o, por lo menos, menos opresivas que las anteriores. Ejemplos históricos recientes son Rusia, que superó la era del poder soviético; Chile, que vivió un acelerado proceso democratizador tras el periodo de la dictadura militar de Augusto Pinochet y, por supuesto, México, que en el año 2000 se deshizo, vía las urnas, de siete décadas de poder de un partido prácticamente único, autoritario y clientelista.
En este sentido, los argumentos del pretendido idilio mexicano bajo el régimen de partido único (que incluso hoy llegan a esgrimir tibiamente los adherentes al mismo), en el que supuestamente hubo un periodo de paz sostenida, crecimiento urbano y asistencial, productividad ascendente y presencia económica internacional, así como una firme administración del gobierno en todos sus ámbitos y niveles, se encuentra ahora desprestigiado por tres razones fundamentales: 1) los supuestos logros de la época del autoritarismo mexicano es lo menos que se puede pedir a un Estado con relación a su ciudadanía; 2) se ha caído en cuenta que, de no ser por la forma piramidal, corporativista y corrupta de los gobiernos pertenecientes al partido único, el crecimiento nacional en todos los rubros hubiera sido mucho mayor al que realmente fue; 3) los yerros inherentes a una forma ensimismada del poder, como la represión ciudadana, la censura mediática y la impostura democrática son imperdonables para las generaciones actuales que viven en un mundo hiperconectado, veloz, informado y anhelante de ejercer con plenitud los derechos ciudadanos universales.
Por supuesto, la mudanza hacia una forma de interacción social plenamente democrática es un proceso que toma tiempo y que es particularmente lento y accidentado en naciones que vivieron generaciones enteras bajo el manto de un partido omniabarcador. Por ello, la circunstancia mexicana sigue aún en el periodo de transición del autoritarismo a la plena democratización de todos los ámbitos de la vida. Esa es la razón fundamental de que incluso los cuadros progresistas y contrarios al que fuera el partido único sean escisiones del mismo. La oposición real a éste funcionó históricamente como disidencia (y el ejemplo del movimiento democratizador de 1988 es claro en este sentido), cosa que no hace sino poner de manifiesto la operación monolítica del poder bajo el autoritarismo, cuya usurpación de la vida política produjo una cultura de mando difícil de desterrar y que aún hoy se encuentra lastrada por prácticas del viejo régimen, como el clientelismo, las prebendas y el peso excesivo de las personalidades carismáticas, lo mismo en los políticos de izquierda que en los de derecha.
Algunos críticos no han sabido leer esta circunstancia y lanzan ataques constantes contra las personalidades individuales, asimiladas a los partidos opuestos a la herencia del autoritarismo, que en su momento se formaron y trabajaron dentro del mismo. Eso es no comprender la capacidad que tuvo el antiguo régimen para permear la totalidad de la acción política de la nación durante casi un siglo entero. Nos encontramos en un periodo transitorio en el que las personalidades políticas determinantes siguen siendo, de manera notable, bifurcaciones del añejo statu quo; aunque, por supuesto, se espera que al cabo de una generación los actores políticos decisivos del progresismo emerjan de la sociedad civil y se incorporen a la vida política sin la pesada herencia del pasado. Justo esto es lo que revela la bien llamada “Primavera Mexicana”, movimiento juvenil informado, combativo y clasemediero, que reafirma una importantísima herencia de la Modernidad: los jaloneos hacia adelante en la vida social y política de las naciones han surgido del modo de vida burgués. 

El movimiento Yo soy 132 y el inicio de la llamada "primavera mexicana".

Las manifestaciones recientes de universitarios mexicanos, concentradas en el centro nacional por excelencia, la Ciudad de México, han partido de un sesgo histórico fundamental: el rompimiento con un pasado que no les pertenece sino como el peso muerto de una tradición que se niega a desaparecer. Los jóvenes que han inundado las redes sociales virtuales con eslóganes de protesta y que han salido a las calles a manifestarse en contra de todo aquello que con justeza perciben como herencia del autoritarismo mexicano del siglo XX, reafirman que para ellos la historia ha comenzado con el siglo XXI, el nuevo milenio y el avance democrático nacional del año 2000. Retoman los aspectos negativos del régimen (y de los poderosos medios a su servicio) que por antonomasia negó la vida democrática mexicana durante la práctica totalidad del siglo pasado, para imaginar un futuro en el que la historia puede y debe ser distinta. Como ocurre siempre con todo uso de la historia, su elección es parcial y con inclinaciones puntuales, pero quién podría negar que eso y sólo eso es lo que necesita una nación a la que por décadas se le ha negado el pleno acceso a la actual forma del mundo occidental: provisional, mutante, epistémica y con plena libertad de elección.



viernes, 15 de junio de 2012

La irreversibilidad de las adicciones

Durante los últimos cien años, el mundo occidental ha tratado a las adicciones psicotrópicas, incluyendo el alcoholismo, básicamente como un problema económico, policiaco y fiscal. Esto ha recrudecido en los últimos treinta años con cierto añadido en materia de salud pública. De un cuarto de siglo a la fecha, se reconoce que uno de los flancos principales del asunto es su alto impacto en el bienestar físico y mental de un conjunto determinado de ciudadanos. Pero también es cierto que en ese mismo periodo, las adicciones han sido entendidas como un espacio de guerra entre los rebeldes que las padecen, los piratas que se las proporcionan y los justicieros estatales que las combaten. Esta perspectiva lleva inevitablemente a un callejón sin salida, puesto que las adicciones son, ante todo, un problema civilizatorio psico-social.
En un eminente ensayo sobre las adicciones, “¿Para qué drogas? De la dialéctica y búsqueda del mundo”, el filósofo de la cultura alemán Peter Sloterdijk, disecciona el problema contemporáneo de las adicciones partiendo de una premisa central: el consumo, la distribución y la modulación cerebral de las drogas ha existido desde tiempos inmemoriales en la humanidad, sólo que en su forma moderna, esta se haya irremediablemente separada de su flanco místico, ceremonial y religioso, razón por la cual, aquél que se acerca a los estupefacientes en nuestra época carece de los faros, las amarras y las guías necesarias para controlar los efectos del consumo de modificadores de la psique; en consecuencia, queda inerme ante su poder distorsionador de la realidad.

La drogadicción es la inversión de la absorción con fines inexistencialistas.

Esta translación de un consumo de drogas regimentado a uno desregulado disloca la función principal de las alucinaciones inducidas de la antigüedad: antaño abrían portales a mundo trascendentes; ahora llevan al umbral de la alienación social. Es decir, mantienen el estereotipo del umbral, pero este se vuelve de lo exterior a lo interior. Si antes el sujeto drogado aspiraba a la visión celestial, el colgado contemporáneo sólo atisba sus propios infiernos. La lógica de la adicción cambio de manera drástica en la Modernidad, tras la pérdida de los mundos metafísicos de la antigüedad, sus gurús y sus místicos. En tiempos remotos, el individuo consumía la droga esperando la visión de lo absoluto; en la actualidad, de manera inexorable, la droga es quien consume absolutamente al individuo; escribe Sloterdijk:

El horror crónico de la privación en el punto álgido de la demanda de repetición promueve una desintegración del proceso primario. Conduce a una persona, es decir, un ser que puede afirmar su relativo ser vacío, a la imposibilidad de ser. El curso del proceso es el de una enfermedad aguda hasta la muerte. La enfermedad obtiene su enorme poder mediante la sinergia entre inversión de la absorción e inexistencialismo. Igual que supo Baudelaire que él era fumado por su pipa, sabe el drogado típico que él es tomado por su droga. Lo sabe porque la toma para ser tomado por ella. La adicción sería así vista como la aprobación coercitiva de la absorción como querer ser tomado… un hambre de sujeción.

El punto medular de esta descarnada descripción de la adicción contemporánea, ha de girar en torno al porqué de dicha circunstancia. Tenemos aquí que recurrir a los ya imprescindibles análisis del sociólogo polaco Zygmunt Bauman sobre la especificidad del presente que él ha denominado como “vida líquida”. En breve, refiere a la constitución actual del sistema social conformado por una serie de redes macro sociales que rebasan, constriñen y determinan la acción subjetiva en todo momento. El sistema financiero, los órdenes legales, las modas, el trabajo, la omnipresencia de la tecnología, etcétera. La lógica central de este devenir social se funda en la primacía de la mercancía y la mercantilización de todo lo existente. En palabras de Bauman: «la vida líquida es una vida devoradora. Asigna al mundo y a todos sus fragmentos animados e inanimados el papel de objetos de consumo: es decir, de objetos que pierden su utilidad (y, por consiguiente, su lustre, su atracción, su poder seductivo y su valor) en el transcurso mismo del acto de ser usados». Por supuesto, tal y como lo ha subrayado Sloterdijk, los medios de recambio de todo esto son el dinero (medio tangible), el éxito (medio intangible) y la aceleración de todos los acontecimientos como el medio irrecusable del habérselas con el mundo actual.
Ante esto, las individualidades modernas y postmodernas han experimentado el agigantamiento del medio social en el que tienen que vivir, la conversión inexorable de las personalidades en mercancías de recambio, la presión interactiva de representar determinados roles sociales; la fuerza creciente de imponerse y solventar ciertas metas individuales estereotipadas de acuerdo con géneros, clases, ciudadanías e historias colectivas acartonadas, apremiantes e ineludibles. No es vana la comparación tópica entre la psique contemporánea y una olla de presión: tarde o temprano la primera tendrá que liberar energía por los resquicios disponibles para hacerlo; cuando no los encuentra, sencillamente estalla. Es así que numerosos conjuntos de individuos se hallan en la situación a un tiempo acuciante y penosa de querer escapar de una vez por todas de «la exigencia excesiva de la existencia» y de «interrumpir el continuum obligatorio de una realidad indeseable».
Por ello, la adicción no desaparecerá en el sistema-mundo vigente. Mientras este siga operando puntualmente, también lo harán las drogas, su lógica mercantil y sus enganchados por ellas absorbidos. Resta únicamente la creatividad para paliar, prevenir y remediar en la medida de lo posible sus efectos avasallantes. Las alternativas han sido múltiples y van de la plena legalización al advenimiento de una era neoreligiosa en el mundo entero, pasando por los llamados moralistas al retorno de los valores tradicionales y los proyectos para integrar una cultura de la prevención en los sistemas estatales de educación básica. Todas ellas tienen sus partes luminosas y sus complicaciones insalvables. Por ejemplo, en qué términos podría jamás plantearse un retorno a la mística cuando eso es un hecho social ya superado, pulverizado y barrido por la historia de la reflexión occidental. O bien, cómo podría darse una legalización masiva a nivel mundial sin sufrir una pandemia universal de drogadicción que superara la totalidad de los recursos públicos de salud en el planeta. Etcétera. Pero lo cierto es que de todas las alternativas planteadas, la más primitiva, inmediatista y estéril ha sido la de la guerra frontal contra los mercaderes de la droga; esto simplemente pone la carreta delante de los bueyes, porque mientras continúe ardiendo el pozo incandescente de la adicción, no habrá poder en el planeta que supere, domine y venza el trajín que lo nutre y lo solventa, la ruta descomunal para su desmedida perpetuación a través del tiempo.
Este artículo también puede verse en mi columna de Raztudio Media en:  http://raztudio.com/politik-columna-la-irreversibilidad-de-las-adicciones-por-manuel-guillen/



domingo, 20 de mayo de 2012

The Death of Carlos Fuentes

In front of Mexico City’s Fine Arts Palace, two black and giant Botero’s fat ladies sculptures flanks the funerary Cadillac limo that would leave his body to the final ashes in a couple of hours —now it’s around four pm—. Mexico City’s may sun is high and burning. The long line of mourners waiting to enter the Palace in order to make a citizen honor guard around the coffin is sweating. Street vendors offer umbrellas, pencil portraits and pirate copies of his book, Aura —the one that everybody read in junior high—. Mostly, people are quiet. Suddenly, a soft wind refreshes the atmosphere, bowling rapidly against Torre Latino Americana, Mexico’s first mid-century skyscraper, counter corner of the Palace. Finally, all who wait would accomplish the rite to pose with grief around his last bed, thinking in a country without its history’s major writer. Trying to figure out why this kind of minds occur once in a while, why the life is so miserly with brilliance.

Carlos Fuentes last ride: in front of Mexico City's Fine Arts Palace

Half an hour before, just taking the subway south of the city to downtown where the public funeral would hold, a fuentesian urban scene: a crippled woman walking with a walking stick,  a regular subway beggar, holding the hand of her little blind daughter, falls from the station mechanical stairs. The little girl cries hopelessly and some citizens help the lady that lies like a wounded she-bear and works hard to reincorporate the still, but apparently she hasn’t major injuries. But the compassion, the feel of a deep pain, comes from the little girl’s cry. She is the pure image of Mexican poverty and alienation. One of the millions of people without hope; inhabitants of the underworld of misery, the ring of abjection that surrounds a monstrous city like this, something that Carlos Fuentes knew for sure and described with literary striking force in several of his novels. Works like his opera prima, Where the air is clear (1958), The Death of Artemio Cruz (1962), The Hydra Head (1978), Christopher Unborn (1987), Constancia (1990), The Crystal frontier (1995) and Destiny and desire (2008), all of them with the textual symbolic and descriptive accuracy of Mexican slums, their lost people and their loss of expectations, a life full of despair.
That is the overwhelming heaviness of the world over an increasing number of people worldwide but especially in the Third World. Something that Fuentes pointed out along his public carrier, consequently with his consistent “modern leftism”, as has called his political point of view through the years UCLA’s Professor Maarten van Delden (you can see his clarifications about it in the next interview in English: http://youtu.be/9NsrbEF2kcM). In the last evolution of Carlos Fuentes progressive thought (that could be placed in the nineties), he affirmed an inclusive view of society, because globalization should be seen as an opportunity to integrate in a planetary scale the old enlightenment values of freedom, happiness and egalitarianism. This quest must be assumed for all the social system shareholders like plutocrats and the State and no just civil society alone. Universal education, democracy, governmental efficiency, pervasive academic and civil critic was some of the principles that Fuentes kept as the keys to make the world a better place to live in given the actual circumstances. His essayistic and journalistic work is full of that, altogether with his famous and brilliant trajectory as a scholar and public lecturer. He always was an old school social liberal.

The author in his eighties

Now his voice is sounding no more. Despite his written words would live for a long time, we will miss his powerful critic description of things in real time. He was the perfect incarnation of Latin (including France and Spain) intellectual, the one worried for public and politic matters and the possibility to express his point of view to wide audiences. Practically until his very last day he was an active participant in the political arena expressing, for example, his distaste for the pretended return to power of the old authoritarian Mexican party, PRI (by its Spanish acronym), and its ignorant and corrupt candidate, Enrique Peña Nieto (you can see Fuentes’ opinions on the matter in the next interview in Spanish: http://youtu.be/ppuA1hYJgVQ).
But that’s the law of life. We were born to die. Destiny reserved for him the fortune to have a long life and a short agony —and deep grief, for sure, like the death of two of his sons in a young age of them—. We will continue reading his marvelous work and we are going to miss for a long time his opinions, the way he opened the world with his privileged intelligence. So long Master, we will try to be up to the level of your invaluable inheritance.


domingo, 6 de mayo de 2012

Un partido reliquia

El único partido político mexicano que no tiene debate ideológico interno, divergencias públicas de opinión en su interior, proclamaciones mediáticas de sus corrientes y, mucho menos, procesos legales de sus propios miembros contra inequidades decisorias del propio partido es el Revolucionario Institucional. Algo que no indica otra cosa que su cariz eminentemente vertical, autoritario y monolítico. Por más que los priistas adornen sus actos públicos centrales con artilugios tecnológicos de moda, como la pared de leds y el teleprompter durante la toma de protesta como candidato a la Presidencia de la República de Enrique Peña Nieto, el pasado 12 de marzo en la ciudad de Dolores, Hidalgo, la estética utilizada mantiene la perennidad de lo que el Partido Revolucionario Institucional fue durante siete décadas: un partido piramidal que dirigió al país con base en un orden de prebendas, corruptelas y favores políticos de corte corporativista. La disposición visual del evento, con base en el prototipo de la pirámide, no es un dato menor, puesto que remite a una concepción arcaica de la sociedad, superada de facto por la evolución social de los últimos cincuenta años; pretender que la sociedad contemporánea puede seguir siendo jerarquizada con fundamento en una cúpula rectora privilegiada sobre una inmensa base obediente por medio de políticas de seducción popular con base en la administración de las prebendas, la excepcionalidad normativa y el mantenimiento de un patriotismo chocarrero, es afirmar una configuración social estructuralmente insostenible cuya añoranza y preservación forzada y ficticia solamente es afirmada por otros partidos anómalos en el mundo entero, la mayoría de ellos unipolares, autoritarios y de raigambre comunista.
De las diversas aproximaciones para determinar la unidad de lo social y afirmar su evolución a través del tiempo, la teoría de sistemas de Niklas Luhmann ofrece la mejor de ellas: «evolución significa, antes que nada, que crece el número de presupuestos sobre los que se apoya cierto orden» (Teoría de la sociedad, p., 196). Con esto en mente, la persistencia del PRI remite a conformaciones políticas, voluntariosas y decisorias caducas, rebasadas y cuestionadas de raíz. Órdenes insuficientes para las estructuras de la presente sociedad global, marcada por requerimientos, preocupaciones, tendencias y desafíos sin precedentes: los intersticios de un mundo policonectado, híper comunicado, moralmente desregulado y en constante mutación ética, signado por la tendencia creciente hacia la plasticidad de las características tradicionales de nuestra especie y sus diversos epifenómenos sociales como el cuerpo, la familia, la educación, la jurisprudencia, el gobierno,  la cultura y la diversión. Un lugar de certezas provisionales, de dinámicas caóticas constantes (sociales y naturales) y de una creciente presión entrópica sobre todos los órdenes que han puesto a girar al sistema-mundo capitalista durante los últimos cinco siglos: el intercambio económico mundial, las estructuras del Estado-nación, la configuración de la sociedad civil, la gestión de la violencia social, etcétera.

El PRI: un partido anclado en un tiempo que ya no existe ha removido el deseo de una restauración kitsch de lo arcaico en la masa funcionalmente analfabeta.

A contracorriente de todo esto, ciertas formaciones socio-políticas, como es el caso del Partido Revolucionario Institucional de México, han subsistido anómalamente en un ambiente global que les es ya ajeno. Cosa que ha ocurrido de manera preponderante porque se ha convertido en el centro de absorción de la chabacanería nacional con la aglutinación de las fuerzas de un conservadurismo ramplón, inculto, aspiracional y teledirigido. En ello, ha habido de por medio una inclinación parcialmente adaptativa en el modo de ser del PRI: se ha insertado plenamente en la configuración actual de las grandes masas de ciudadanos. Esto no es nada nuevo en el desempeño de dicho partido: surgió en un tiempo en el que “la masa como sujeto” (Sloterdijk siguiendo a Caneti) era el centro del quehacer político. Por supuesto, aquella fue una época en la que el desfile, la arenga pública, la liberación de energías nacionalistas en torno a una figura de liderazgo y la conformación de potencias sociales por medio de la demagogia y la ideología amañada eran las características centrales de la administración de los grandes conjuntos poblacionales al interior de una nación. Ahora, aparte de esto, «… se es masa sin ver a los otros. El resultado de todo ello es que las sociedades actuales o, si se prefiere, postmodernas han dejado de orientarse a sí mismas de manera inmediata por experiencias corporales: sólo se perciben a sí mismas a través de símbolos mediáticos de masas, discursos, modas, programas y personalidades famosas» (El desprecio de las masas, p., 17). En esta circunstancia hay algo de inevitable, puesto que tal es la configuración del presente sistema social, pero también hay algo muy pernicioso por superficial, engañoso y endeble y es aquí donde hace su aparición la absorción del kitsch masificado.
En consecuencia, la estrategia priista para sobrevivir como reliquia inesperada, portando la carga jerarquizada, piramidal y de actuación en bloque de un mundo que ya no es, ha consistido en el apertrechamiento en la repetición de lo mismo en materia política con el injerto añadido de la masificación del gusto kitsch. No en vano, Enrique Peña Nieto cumple con los estándares del joven machista mexicano: bien parecido, con una imagen tradicionalista (el pelo engominado, las corbatas a rayas, las camisas impecables), infiel, mujeriego, conquistador, exitoso, emprendedor y con una esposa trofeo en segundas nupcias, quien, además, emergió exitosa de la mayor fábrica de estereotipos de lo femenino a nivel de la cultura popular mexicana: las producciones de teledramas de la compañía Televisa.
Pero la atracción pública vía la consagración kitsch de las excitaciones populares solamente puede ser productiva a costa de la involución ciudadana: carentes de una formación política sólida, plagados de analfabetismo funcional, el grueso de los electores mexicanos no asumen sus responsabilidades ciudadanas con conocimiento de causa, sino sobre estimulados por bombardeos de imágenes, aspiraciones sociales hueras y bajo la estela incuestionada de un supuesto modo de ser inamovible. Por eso, allí donde las congregaciones mediatizadas de postciudadnos convergen con frenesí, pierde terreno la política como el ejercicio de un deber propio y colectivo, como la toma de decisiones razonadas con miras al bien público en un ambiente que debería estar marcado por la exigencia de plena funcionalidad a los políticos profesionales. En la aceptación del vacío de la imagen, en la consagración acrítica de lo tradicional y en la usurpación de los argumentos por una suma de fetiches visuales que sólo refuerza la futilidad de lo inequívoco, se evapora toda apelación al ciudadano en plenitud, consciente de sus necesidades, carencias y obligaciones; las multitudes que vitorean al candidato solamente por ser guapo y a su esposa por ser famosa, y a ambos por dar una imagen “bonita”, han perdido “la conciencia de su potencia política” (Sloterdijk), y con ella, la consciencia misma de lo que significa vivir en complejas mega comunidades cuyas piezas esenciales son los ciudadanos mismos y su propia circunstancia socialmente evolutiva. 
Una versión diferente y más extensa de este artículo fue publicada en Replicante bajo el título "Enrique Peña Nieto y la terquedad del celacanto"; puede verse en la siguiente liga:  http://revistareplicante.com/enrique-pena-nieto-y-la-terquedad-del-celacanto/

sábado, 28 de abril de 2012

The Bankruptcy of Revolutions


In her remarkable work on the sense, history, symbolism and aesthetics of the twentieth century major ideologies, Dreamworld and Catastrophe, American researcher Susan Buck-Morss, establishes that there is not a lineal road to progress, there is not a central capacity concentrated in an individual or in a small group of them, like the monolithical and authoritarian parties of the last century, capable of pushing humanity toward a pretended new world. There is not a Revolutionary essence that covers a whole nation, period of time or a world class of people that propels necessarily the change of society. On the contrary, there are hybrid possibilities, shadowy lines of action, reactions, hidden purposes, betrayals, and an expansive set of twists and tergiversations of the pretended original objective of a revolutionary action. In sum, Revolution is a myth.
In a post-Cold War analysis of the state of the revolutionary movements around the world, American sociologist Immanuel Wallerstein, points that: «The origins of so-called revolutionary upheavals in the modern world is a difficult and contentious question, and I for one am ready to concede that these upheavals have not represented, for the most part, spontaneous uprisings of oppressed masses seeking to transform the world, but rather, the seizing of opportunity —at least initially— by particular groups».
So, revolutions never were a one way road to certain goal, there was not a progressive dynamic with general participation of people; a straight arrow to the point blank of history. Instead, there has been the space to unleash so well delimited interests of class. The road to power of certain social groups; these groups want the power of state. Typically they are those that have certain social empowerment but desire more. In modern times the paradigmatic case was the bourgeois class, named people with certain education and economic level with the capacity to reunite conceptual and armored forces around a main social purpose, that is, the seize of power. The model was, of course, French revolution, where a very precise social class promoted, directed and got through the battle against the old regime. In the aftermath, they postulated that sovereignty was, from then, in people’s hands. And this has been one of our essential myths in western politics even now. However, actually, sovereignty lies only in that reduced group of people dedicated to manage (through law, politics, economics and so on), according to specific interests, the rights of the rest of society. The case of sovereignty exemplifies perfectly the metaphysical level of revolutions around the world; the operation of an ideological mechanism dedicated to convince, instruct and set up people’s minds in the terms of the power controllers in a certain nation.

Revolution perverted: PEMEX Corporate skyscraper, built at the beginning of one of the worst Mexico's financial bankruptcies.

Therefore, in general terms, it’s possible to affirm that revolutions are just movements in the top of the social system. For example, let’s take the case of one of the most romanticized revolutions of the past century: Mexican revolution (1910-1920). Certainly there is a history of general uprising all through the country because the unsustainability of the old regime. Society was growing and Díaz’s dictatorship was shrinking. In consequence, when a group of smart bourgeois, leaded by Francisco Madero, decided to challenge the old political power, several other groups began to fight along with them; but the truth was that Madero wanted a process of slow change, proof of that was his determination to keep the old regime’s army.
Renown Mexican revolution historian, American researcher Friedrich Katz has said that one of the key points to the fact that since the end of Díaz’s regime, a century ago, there hasn’t been in Mexico another military dictatorship was that after Madero’s assassination, betrayed by general Victoriano Huerta, his successors in the pursuit of state power dissolved the ancient army and integrated a new one pretended popular. That’s true, but there’s a subtle fact: The main northern leaders of revolution —the ones that won the war— formed armies with several popular representations, former soldiers included, only to achieve their own class purposes. In fact, the revolution’s aftermath brought the constitution of another kind of dictatorship based on those supposed good qualities such as a “popular” army. The instauration of a state party, like PRI, was the beginning of the perversion of revolution.
Yes, defenders of those seventy years of PRI dominance in Mexico’s socio-political life, always remark that during that time, the country passed from an agrarian society to an urban one, that the whole territory was populated with schools, hospitals, roads, ports, airports; peace, an extended bureaucracy and solid political class. Partially this is true. But most of the pretended merits of the post-revolutionary “light” dictatorship of one party were due to the privileged geographic position of the country: an amicable superpower as northern neighbor and a set of weak southern neighbors, and the rest of the frontiers is the full ocean, to east and to the west; altogether, the country has potentially infinite natural resources, leaded by fossil fuels, like oil and natural gas. And there is, too, the hidden history of common people doing their work untiringly every day, assuming their compromise with their family, their country and themselves beyond political ideologies, historical conflagrations or world crisis. That’s the not yet told history of the men and women of street living their lives according with the opportunities of their age.

Revolution lost: Carlos Salinas de Gortari (left) won the Presidency (1988-1994) by a massive fraud, gathered a new oligarchic regime and allowed the enormous expansion of drug trafficking.

Through time, the institutionalized Mexican revolution yielded a social pyramidal order according with the form of the midcentury massive state. Certainly there was an extensive middle class but its formation was due both to the technification of production everywhere and to the accelerated increase of population. To put it in old fashioned Marxist terms, post-revolutionary Mexican middle class wasn’t a social welfare space but an enormous reserve army of people to be exploited for the new class of privileged ones.
Of course, this social structure gave birth to a corrupt, cynic and negligent political class encrypted in the state party, PRI (Spanish acronym for Institutional Revolutionary Party) linked with different actors of power like the new bourgeois class, traditional landlords and transnational capital managers. Within this dynamics, revolution was completely perverted. And if since the beginning it was a revolt from the top in order to change certain aspects of a given status quo, then, at the end it turned into an oppressive and monolithic structure very similar to the one that was overthrown.
Some defenders of the old PRI regime (the same that nowadays want a return to the past in terms of a restoration period to come) have said that it was a legitimate way to rule the people and that the state party structure was formally democratic and akin to free speech and citizen’s basic rights. But that is not true. Beyond several particular examples of authoritarian interventions in civil life —both subtle and violent—, main proof of its totalitarian feature is that real political opposition to the party came in form of dissidence, being the most relevant (among the pacific ones) the one headed by former Michoacán state governor, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, who lead the country to a cathartic explosion of democracy desire in the endearing 1988 electoral campaign against the state party. As it’s known, those elections were fraudulent and the Revolutionary party stayed in power for another twelve years.

Revolution end game: A man in full, dissident Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano (speaking to the crowd) and the dream of democracy at the end of an era.

Then, the truth is that the inception, growth and final decadence of an everlasting authoritarian regime in Mexico was the perfect example of the corruption of revolutions worldwide and the affirmation of their primal feature: there are violent movements to catapult a certain class of people to the nations’ drive. Revolutions probed to be false ways to change the social order from root to top, and instead they only produce new rulers and, in worse cases, new forms of dictatorships. Our times great challenge is to imagine new ways of social integration, sharing of welfare and political participation of the entire citizenship; otherwise, social unrest and new revolutions with their perverse logic could be again in the horizon.

sábado, 14 de abril de 2012

Las mujeres de Peña Nieto de Alberto Tavira

En un ensayo fundamental de la teoría política contemporánea, “Sobre políticos, honestidad y la alta amoralidad de la política” (en México publicado por la revista Nexos en marzo de 1996), Niklas Luhmann afirmó que los asuntos personales de los políticos, como los líos de faldas, las disputas familiares o sus gustos, preferencias e inclinaciones cotidianas, no deberían tener rol alguno ni en su desempeño público ni en la manera de evaluar el mismo. Acotó en aquella ocasión Luhmann:

En circunstancias en las que los medios masivos sirven como los guardianes de la moralidad, lo relativo al control moral de los sistemas funcionales toma la forma de escándalos… Esto no establece por adelantado qué conducta llevará a un escándalo. Que los asuntos amorosos perseguidos en cuartos de hotel deban ser parte de esto, probablemente sea sólo una peculiaridad de la cultura estadunidense.

La aseveración del eminente sociólogo alemán tenía como trasfondo impulsar la comprensión de la política como un sistema funcional plenamente diferenciado, con el énfasis puesto en los aspectos pragmáticos de su ejercicio en tanto que red de decisiones institucionales y no como el espacio voluntarioso de individuos pretendidamente carismáticos. La teoría de los sistemas funcionales de Luhmann siempre tuvo como punto de referencia los desarrollos societales de las naciones del Primer Mundo y él mismo lo reconoció en diversos lugares de su obra: en el Tercer Mundo dicha diferenciación funcional es todavía un proceso en marcha, es decir, inmaduro e inacabado.
En consecuencia, en nuestras naciones la vida privada de los políticos incide en su vida pública y, más todavía, refleja los lugares de sombra, los goznes débiles de su personalidad que, en definitiva, pueden afectar su desempeño público. En México y en muchos otros países en desarrollo, la personalidad de los políticos profesionales queda al descubierto al observar su comportamiento en la intimidad. Aún más: muchos de ellos explícitamente utilizan el poder para fines personales; del consuetudinario enriquecimiento ilícito a las disputas por la repartición de bienes conyugales o la custodia de los hijos, a lo largo y ancho de la república los políticos se sirven de las instituciones del Estado para solventar fines personales.
Alberto Tavira
Por ello no es baladí el testimonial de primera mano que el periodista de política y espectáculos Alberto Tavira presenta sobre Enrique Peña Nieto, el actual candidato presidencial del Partido Revolucionario Institucional (que estuviera en el poder durante setenta años manteniendo un régimen autoritario y semi democrático en el país). Escrito con un estilo sencillo y directo, lleno de anécdotas cotidianas, amorosas y familiares, con una direccionalidad narrativa propia de las revistas de sociales y apta para el gran público, puede dar la apariencia de ser justamente un texto que no sale de dicho cartabón. Pero sería un gran error catalogarlo sólo en este sentido, puesto que el periodista se esmeró con éxito en inocularlo con un ácido componente denunciatorio que opera como testarudo subtexto entretejido en la historia biográficamente acotada que narra. De este componente periodísticamente corrosivo, son particularmente inquietantes los siguientes datos:

1.       Era diciembre de 2005. Yessica hacía realidad uno de los más grandes sueños de casi toda mujer: convertirse en madre. Sin embargo, debido a que su pequeño era fruto de la relación con un hombre casado, que tenía tres hijos y, por si fuera poco, estaba sentado en la silla de gobernador del Estado de México, ella había asumido que se convertiría también en padre para el bebé (p., 24).

2.      —Soy un hijo de la fregada —le dijo Peña a [Rebecca] Solano durante una comida que tuvieron el 21 de junio de 2007 los dos solos en un privado del restaurante Sir Winston Churchill’s, en Polanco. Habían llegado a las 3 de la tarde y salieron a las 2 de la mañana—… (p., 95).


3.      Enrique Peña Nieto tenía programada del 3 al 14 de noviembre de 2007 una gira de trabajo por varias ciudades de Japón, Corea del Sur y China con el fin de atraer inversión económica para el Estado de México. No quería ir sin su novia, así que invitó a Rebecca para que lo acompañara […] Enrique y Rebecca conocieron juntos la Muralla China y el Palacio Imperial. Fueron sin escoltas, sin asistentes, sin presiones de agenda. Caminaban tomados de la mano, en libertad (pp., 101-106).

4.      El parentesco entre Montiel y Peña Nieto viene por el lado del abuelo materno de Enrique… Pero más allá de los lazos de sangre, estos dos hombres están unidos por algo que en política se vuelve alianza casi indisoluble: un pacto de lealtad, un sistema de trato que incluye agradecimientos, admiración, oportunidades, incentivos, favores, discreción. Entre ahijado y padrino impera una tradición de respeto y cuidado mutuos; es un tema de pertenencia a una misma estirpe, de posiciones históricas, de entendimiento de jerarquías en el poder (p., 57).

Estas anécdotas, recogidas de viva voz de quienes las vivieron junto o en torno a Peña Nieto, revelan a un hombre desleal (engañó varias veces a su primera esposa teniendo incluso hijos fuera del matrimonio), irresponsable (el hijo bebé de él y Yessica, Luis Enrique, murió al cabo de cáncer con muy poco apoyo moral por parte de su padre) y machista (la mencionada relación con Solano terminó al cabo porque “era rebasado” por la cantidad de mujeres que “se le ofrecían”, entre ellas Angélica Rivera[1]), pero por sobre todo evidencian a un funcionario público que se sirve del Estado para fines frívolos: aprovechar un viaje oficial para disfrutar con una amante es algo que solamente una sociedad con un analfabetismo político tan pronunciado como la nuestra puede pasar por alto. Las fotografías del mencionado viaje ofrecidas por Tavira en el libro son espeluznantes: observamos en ellas a una pareja en luna de miel y no a un servidor de la nación en viaje de negocios. En el mismo sentido va la anécdota de la cita romántica en el restaurante Sir Winston Churchill’s: a cualquier gerente (ya no digamos directivo) de una empresa importante le produciría escalofríos ausentarse medio día laboral para irse a ligar toda la tarde (el referido día 21 de junio del 2007 fue jueves). Pero tal parece que Peña Nieto no pensaba que una gubernatura como la del Estado de México era una empresa importante.
¿Qué decir al cabo de su estrecha relación con el oscuro ex gobernador Arturo Montiel? Acusado de enriquecimiento ilícito desde el fin de su mandato en el 2005 (señalamiento que lo obligó a dejar la precandidatura presidencial del PRI con miras al 2006), con la certeza de numerosas y costosas propiedades a nombre de sus hijos, operador determinante en el ascenso al poder gubernamental de Enrique Peña Nieto, su más reciente fechoría explica claramente la truculenta ruta de afinidades con el hoy candidato a la Presidencia de la República por el Partido Revolucionario Institucional: la utilización del Poder Judicial del Estado de México para la comisión del delito de secuestro (de sus propios hijos) en agravio de su exesposa, la ciudadana francesa Maude Versini.[2] Ambos personajes entretejidos por una forma de hacer política para el usufructo personal y de camarilla; para la preservación de un sistema de corruptelas, desvirtuación de la ley y de actuar unilateral en beneficio de unos cuantos, que no se corresponde en lo absoluto con las altas demandas de funcionalidad política que el mundo globalizado contemporáneo requiere. Emisarios al fin de un pasado que en nuestro medio se niega a morir por más que en el resto del mundo haya sido superado tiempo atrás.
El PRI, un monolito del pasado

El libro de Tavira pone de manifiesto asimismo el arribo vertiginoso, en la figura de Enrique Peña Nieto, de la chabacanería nacional sin cortapisas; kitsch clasemediero al que él mismo pertenece (su programa infantil favorito era el Chavo, recibió una educación católica recalcitrante, tuvo todos los automóviles de moda en los ochenta, es afecto al pop nacional, etcétera), por más que, a juzgar por sus propiedades y estilo de vida, también comentados en el texto, posea una considerable fortuna personal.
La foto de la boda con la actriz de Televisa, Angélica Rivera (p., 130), es elocuente al respecto: una pareja reciclando el cliché del largo de blanco y el frac, con la mole imponente del recinto católico catedralicio como trasfondo, revestidos por la impecabilidad de quien se asume como “gente bien”, en concordancia con los mandatos del tradicionalismo mexicano, aburguesado, hipócrita, superficial. La puesta en escena de la boda en segundas nupcias de Enrique Peña Nieto se halla en perfecta concordancia con la última estratagema del Partido Revolucionario Institucional para intentar el regreso al Poder Federal. Porque el PRI, con su enorme aparato heredado del pasado no ha actualizado ninguno de sus presupuestos de fondo, ha mantenido una dinámica de alineación de sus cuadros fundamentales, de hegemonía práctica, conceptual y de imagen, así como un desempeño político basado en “el incumplimiento selectivo de la ley”, como dice Roger Bartra, pero ha encontrado un pivote para ajustarse a los tiempos actuales de la política de marketing: se ha convertido en el recolector de la cursilería nacional, en el generador de la fuerza centrípeta del kitsch mexicano.
Allí convergen las necesidades reales de progreso económico y confort social de una sociedad en desarrollo con un variopinto conjunto de vicios conductuales e ideológicos históricos: el catolicismo light, el amor romántico estereotipado, la idea de la familia tradicional hipostasiada, la visión esencialista de los roles de género con su concomitante aceptación del machismo, la creencia ideologizada de que “como México no hay dos”, es decir, que toda anomalía comportamental social es validada por nuestra pretendida condición excéntrica en el mundo, esto con el anejo dispensamiento de la corrupción, los abusos de poder y la perpetuación de una ciudadanía enana y apática.
Así, con la imagen pública, pero sobre todo privada de su candidato presidencial para este 2012, el Revolucionario Institucional ha realizado la juntura explosiva entre la política autoritaria a la antigua y las más recalcitrantes aspiraciones de buena parte de la sociedad mexicana, tanto las legitimas como las pueriles; lo que muchos críticos han observado es cierto: la actual imagen de dicho partido ha pasado de la demagogia al teledrama. De esta manera, Peña Nieto y su entorno social y familiar se convierten en un talismán para los sueños aspiracionales de miles de mexicanos. Cosa que movería más a la compasión que a la indignación, de no ser por el tétrico trasfondo de ello: en verdad las clases medias nacionales saben que al cabo de varias generaciones no habrá movilidad para ellas en el escalafón social, que existe una condena de clase y carencias para todas ellas, puesto que ni el sistema económico ni el sistema educativo, tradicionalmente vistos como los medios de la movilidad social, pueden siquiera ofrecer un mínimo de esperanza en este sentido. En consecuencia, esas masas sensibles al manejo de imágenes hueras, ven en Peña Nieto y sus desplantes cursis magnificados mediáticamente un reflejo de sus anhelos, la consagración de lo que quisieran ser si la vida fuera otra.
El libro de Alberto Tavira es un documento valioso y valiente sobre la personalidad de quien aspira a ser Presidente de México. Lo publica a sabiendas del poder que pueden poseer personajes oscuros como los herederos del famoso Grupo Atlacomulco del Revolucionario Institucional. Hasta la fecha, nadie lo ha desmentido y sí, en cambio, han salido a la luz pública personas, especialmente mujeres agraviadas, que han denunciado a Peña Nieto en el mismo sentido que las entrevistadas por el periodista. Y hay un dato curioso que él resalta y que vale la pena mencionar para finalizar: el candidato presidencial del PRI no nació en Atlacomulco sino en la Ciudad de México:

Cuenta la leyenda que, en los años cuarenta, una vidente de nombre Francisca Castro Montiel hizo la siguiente revelación a los notables de Atlacomulco: “Seis gobernadores saldrán de este pueblo. Y de este grupo compacto, uno llegará a la presidencia de la República”. Francisco Cruz y Jorge Toribio Montiel, en su libro Negocios de familia, explican que Peña es el sexto gobernador que proviene del Grupo Atlacomulco y por tanto en él descansan las esperanzas de varios de los miembros del clan. Pero hay un ligero detalle en la predicción, del que pocos se han percatado: “Sólo uno de ellos ha de alcanzar el anhelado sueño presidencial y ése ha de ser nacido en Atlacomulco…”, continúa Francisca, y da la casualidad que Peña Nieto nació en el Distrito Federal. Bueno, eso me lo dijo su propia madre (pp., 38-39).

Una ciudadanía sólida, informada, activa y con plena asunción de sus poderes políticos no dejaría al azar esotérico que personajes con serias debilidades personales, dudosos en su formación profesional y ligados a muchos de los elementos más perniciosos para la correcta funcionalidad del sistema político, llegaran o no al poder. Ejercería su fuerza de voto a favor del beneficio colectivo y en contra del beneficio de camarillas y de individuos astutos y aviesos. Por desgracia, como Luhmann supo ver en su momento, eso sigue siendo un privilegio de otros países, en otras circunstancias y en otros mundos.
*Alberto Tavira, Las mujeres de Peña Nieto, México, Océano, 2012, 148 pp.
Esta reseña ha sido originalmente publicada en Replicante:  http://revistareplicante.com/de-la-demagogia-al-teledrama/




[1] En los momentos finales de su romance, Solano y Peña Nieto sostuvieron la siguiente conversación (el primero que habla es Peña Nieto):
—Pues los niños se fueron con su tía Claudia (Petrelini), entonces invité a Angélica a comer el domingo.
—¿Qué Angélica?
—Pues Angélica Rivera.
—¿Cómo por qué, Enrique?
—Pues porque está haciendo la campaña y la invité a que conociera Ixtapan.
—Tú te estás dando cuenta de que estás haciendo cosas que no debes, ¿verdad?
—Pues tú para qué te vas.
—¿Qué hiciste?
—Nada. No me preguntes nada. No quieres saber nada.
—¡Dime! ¿Sí o no?
—No me preguntes.
—No te soporto. Me das asco… (pp., 110-111).
[2] Al respecto, véase la investigación del semanario Proceso en los artículos de Anne Marie Merguier, “Maude Versini: ‘Voy a dar la batalla…’” en el número 1839 (29 de enero del 2012) y “Las múltiples trampas de Montiel” en el número 1841 (12 de febrero del 2012), al igual que el texto “Un regalo para Calderón” de Homero Campa en el referido número 1839.